martes, 13 de marzo de 2012

Una triste reflexión sobre la solidaridad


solidaridad.


(De solidario).


1. f. Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros.
La primera impresión que me produjo la definición de solidaridad del DRAE fue que estaba incompleta, poco trabajada y pendiente de mejora. Cualidades que yo asignaba como exclusivas y diferenciadoras de la solidaridad como su naturaleza altruista, generosa o desinteresada ni siquiera aparecen mencionadas!! Pero lo que más llamó mi atención fue la inclusión del adjetivo circunstancial. Me quedé con su connotación más negativa, la que parece transmitir la idea de que decidiremos ser solidarios sólo cuando se cumplan determinadas condiciones, generalmente objetivas, y no en función de la gravedad de la situación, de lo necesaria que sea nuestra participación, o de la rapidez con la que hay que intervenir...

Tengo que reconocer que la redacción de este post no comenzaba como yo esperaba. Pero, a cambio, el DRAE provocó que se abrieran algunos interrogantes, cuya investigación buscando respuestas acabó siendo el camino elegido para redactar el post. La cuestión primaria fue ¿es cierto que ponemos condiciones a nuestra solidaridad? Por supuesto, entiendo que pueden existir imponderables que nos impidan actuar solidariamente, razones obvias ante las que nadie pediría explicaciones, como no perseguir a un delincuente que huye por ir en silla de ruedas o no lanzarse al agua al ver que alguien se está ahogando por no saber nadar... Descartada la idea de que los académicos hubieran incluido el término para referirse a este tipo de situaciones, surgió la pregunta fundamental ¿qué circunstancias pueden llevarnos a no ser solidarios? Lo que no me esperaba era la crudeza de algunas respuestas.

Para que la entrada no transpirara mi rabia, decidí liberarla de toda la carga de subjetividad que me fuera posible. Así surgió la idea de emplear como línea argumental dos sucesos reales, publicados en los medios y documentados, que rebosan de actitudes extremadamente insolidarias. Para arrojar luz sobre las razones que pueden llevar a un ser humano a comportamientos tan inauditos como los que vais a leer, he recurrido a dos experimentos sociológicos, para así dejar que sean los datos cuantificables los que hablen y los investigadores los que interpreten los resultados y expongan sus conclusiones.

La víctima que entorpecía el tráfico y nadie quiso socorrer.

La imagen que podéis ver bajo estas líneas corresponde a uno de los fotogramas extraído de la grabación de circuito cerrado de una cámara de autobús. Fue tomada en septiembre de 2004 en Sidcup, sudeste de Londres. Aunque en la fotografía no pueda apreciarse, la noticia publicada en BBC News nos aclara que la persona tirada en la calzada era una mujer de 25 años, la cual estaba inconsciente debido a una lesión grave en la cabeza que la hacía sangrar profusamente. El vídeo (1:57 min) podéis descargarlo clicando sobre este enlace o en la propia página de la BBC. No lo he publicado porque no es de mucha calidad. Contiene, sobre todo, testimonios de vecinos y testigos, está en inglés y, por supuesto sin subtítulos. Sí se ve la secuencia del autobús llegando hasta el cuerpo de la chica y deteniendo su marcha.


Más de una docena de vehículos ignoraron a la mujer herida en el suelo, limitándose únicamente a realizar una maniobra evasiva para no atropellarla, hasta que el conductor del autobús que tomó las imágenes se detuvo a ayudarla. Fue trasladada a un hospital y, afortunadamente, recibió el alta pocos días después. 

Si ni siquiera frente a una situación tan de manual como esta, con la vida de una persona corriendo serio peligro delante de sus ojos y no en la televisión, y formando parte activa de los acontecimientos, somos capaces de mostrar el menor gesto solidario, dudo mucho que en el futuro brote espontáneamente la imperiosa necesidad de ayudar, de forma altruista, sin ningún motivo aparente, sin saber quién recibe mi ayuda, sin esperar nada a cambio... Más bien me posiciono junto a Ed Hollinshead, autor de este comentario en la web de la BBC, y que aparece seleccionado junto a la noticia: "nuestras actitudes y la civilidad hacia nuestros semejantes se han ido, ido para siempre. ¡Qué triste!"

El experimento del Buen Samaritano.

La parábola del Buen Samaritano aparece en el evangelio de San Lucas (capítulo 10, versículos del 25 al 37). En ella se relata como un hombre, mientras viajaba de Jerusalén hacia Jericó, fue asaltado, robado y abandonado medio muerto al lado del camino. Un sacerdote, al verlo, lo ignora pasando por el otro lado del sendero. De igual forma, un levita lo esquiva. Solamente un samaritano, considerado un hereje para los sectores más ortodoxos de la religión hebrea, al verlo, se apiada de él y lo socorre. Tomando como punto de partida esta parábola, los psicólogos John M. Darley y C. Daniel Batson, realizaron en 1973 un experimento sociológico para comprobar hasta qué punto la enseñanza bíblica tenía algún efecto en el comportamiento humano, y qué influencia ejercían diversas variables en la conducta de ayuda. Los individuos objeto del estudio fueron elegidos entre los estudiantes del Seminario de Teología de Princeton, y fueron divididos en dos grupos. 

A ambos grupos se les propuso dar un discurso de unos diez minutos, aunque sobre temas distintos. Mientras uno de los grupos se estudiaría y hablaría acerca de la parábola del Buen Samaritano, el otro grupo haría una exposición sobre las salidas profesionales que ofrecía el seminario. Las charlas se realizarían en un edificio diferente al que ocupaban en el momento de exponerles los temas, por lo que los investigadores aprovecharon para formar tres subgrupos dentro de los dos principales: los que saldrían del primer edificio hacia el lugar de su exposición con prisa, los que llevarían prisa mediana y los que tendrían tiempo suficiente para no ir con prisa. En el trayecto entre edificios, los seminaristas se encontrarían con un individuo tirado en el suelo con aspecto de necesitar auxilio, que en realidad se trataba de un cebo, un actor contratado por los psicólogos.

La retorcida idea de Darley (imagen de la derecha) y Batson consistía en comprobar si, entre el grupo de estudiantes que debía impartir la charla acerca del Buen Samaritano, el porcentaje de sujetos que se detenía a ayudar al hombre herido era superior al grupo de la conferencia sobre salidas profesionales, ya que la situación real ante la que se hallaban era idéntica al tema sobre el que tendrían que hablar. Los datos demostraron que no: ambos grupos, independientemente del tema sobre el que iban a hablar, mostraban porcentajes similares de sujetos que se detuvieron y antepusieron la ayuda al herido a sus propias responsabilidades. El factor que sí mostró diferencias significativas fue el de la prisa. Como podéis imaginar, los que tenían menos prisa fueron los que más se pararon a ayudar al necesitado, seguido del intermedio y, por último, el grupo de los que llegaban a la charla más apurados, con sólo un 10% de buenos samaritanos.

Una de las conclusiones extraídas del experimento fue que lo que el individuo está pensando en el momento que tiene que tomar la decisión de ayudar o no, no es importante para inferir si la conducta de ayuda se dará o no. Otra, quizá más cruel, es que la actitud que tomaré ante los problemas ajenos será más solidaria cuanto menos interfiera en mis problemas personales. Y no es necesario que mis complicaciones sean graves o urgentes. Cualquier trivialidad me servirá para justificar mi comportamiento insolidario...

El caso de Kitty Genovese.

El 13 de marzo de 1964, Kitty Genovese fue apuñalada dos veces en la espalda por Winston Moseley, un psicópata que había dejado a su esposa dormida en casa, y que había estado conduciendo hasta encontrar una víctima, por el simple hecho de “matar a una mujer”. Los gritos de Genovese fueron oídos por varios vecinos, hasta que uno de ellos le gritó “¡Deje en paz a esa muchacha!”, lo que obligó a Moseley a abandonar la escena. El asesino entonces volvió diez minutos después, y tras una búsqueda sistemática por la zona, encontró a Genovese en un vestíbulo en la parte posterior del edificio, tumbada y apenas consciente en el suelo. Moseley la agredió sexualmente, le robó 49 dólares, volvió a apuñalarla varias veces y la dejó tirada en el vestíbulo. Los ataques duraron aproximadamente media hora. Algunos minutos después del ataque final, y tras la marcha del agresor, un testigo llamó a la policía. Genovese murió en una ambulancia camino del hospital.

Kitty Genovese y Winston Moseley

Un artículo publicado en el Times afirmaba que 38 vecinos fueron testigos de las puñaladas sin intervenir o ponerse en contacto con la policía. La posterior investigación policial determinó que fueron unos 12 los vecinos que, en mayor o menor medida, eran conscientes de la agresión. Aún así, la cifra es tan elevada como vergonzosa. Y a mí personalmente, me ha obligado a empatizar y preguntarme: ¿Cómo habría actuado si la vida me hubiera situado como testigo? La respuesta que, casi instantáneamente, invade mi pensamiento consciente es rotunda, y no creo equivocarme si os digo que se parece bastante a la vuestra, ¿verdad? Parece imposible tomar en cuenta otra opción que no sea intervenir, ayudar, llamar al menos a una ambulancia... Pero, mucho me temo que hay circunstancias bajo las cuales la alternativa más insolidaria toma el mando. Para conocer cuáles son los motivos (o alguno de ellos) que pueden llevarnos a elegir de manera tan miserable como los vecinos de Kitty, se ideó y desarrolló el siguiente experimento.

El experimento de la Apatía de Bystander.

John M. Darley (el mismo que en el experimento del Buen Samaritano) y Bibb Latané, tras los acontecimientos que provocaron la muerte de Kitty Genovese, debieron sentirse profundamente intrigados acerca de los motivos por los que una persona normal se queda mirando sin hacer nada durante más de media hora mientras violan y matan a una joven, con lo fácil que hubiera sido descolgar el teléfono, hacer una llamada y solicitar ayuda. En la búsqueda de respuestas empíricas desarrollaron este experimento en 1968. El objetivo era investigar si el hecho de que los testigos impasibles formaran parte de un grupo mayor, influyó en el ofrecimiento de ayuda y hasta qué punto lo hizo.

La metodología del experimento consistía en situar a un individuo solo en un cuarto. Se le animaba a participar en un debate con otros voluntarios, pero no cara a cara, sino a través de un intercomunicador. Se le comunica que su micrófono estará apagado hasta que sea su turno de hablar, por lo que, de momento, sólo escucha lo que él piensa que es una conversación, pero que realmente se trata de una grabación. En un momento dado, uno de los participantes finge repentinamente estar teniendo un ataque, lo que es claramente percibido por el altavoz. Si los sujetos creían que ellos eran los únicos que habían escuchado el ataque, buscaban ayuda avisando al investigador o directamente saliendo de la habitación, en un porcentaje cercano al 85%. Pero si los voluntarios pensaban que la conversación se estaba desarrollando entre varios individuos (concretamente, el estudio se realizó con cuatro sujetos más el cebo), el porcentaje que se decidió a buscar ayuda de alguna forma disminuía hasta un lamentable 31%!!

Sus conclusiones fueron bautizadas como “Efecto Espectador” o “Síndrome Genovese” y consisten en el fenómeno psicológico que tiende a ocurrir en grupos de personas superiores a un cierto tamaño crítico cuando la responsabilidad no está asignada de forma explícita. La conclusión extraída de los datos sería que es menos probable que alguien intervenga en una situación de emergencia cuando hay más personas que cuando se está solo. Los observadores asumen que otro intervendrá, cuyo resultado límite puede ser que todos se abstengan de hacerlo. El grupo hace que se difumine la responsabilidad. De repente, nuestra obligación moral de solidarizarnos con la vecina agredida, con el paisano herido o con el inmigrante explotado, deja de ser obligación, porque al actuar de manera idéntica al resto del grupo (del rebaño...), resulta muy fácil encontrar la auto-justificación que acalle nuestra conciencia y nos permita dormir sin remordimientos: las consecuencias de no haber actuado no son responsabilidad mía, o al menos, no en exclusiva... Los británicos ilustran bien esta actitud con el refrán "Ninguna gota de lluvia cree haber causado el diluvio".

¿Hacia dónde podemos mirar para ver conductas solidarias?

¿Os habéis fijado que todos los puntos anteriores se desarrollan en entornos locales, y afectan a personas cercanas, de un entorno próximo o incluso conocidas? Incluso con estas condiciones, que en principio parecen adecuadas para que se impongan los comportamientos solidarios, los datos estadísticos de los experimentos, las pruebas documentales de los periódicos o los informes policiales niegan que las cosas sucedan así. Ni siquiera en estas circunstancias podemos considerar al ser humano como solidario.

Pero lo peor viene ahora, cuando os asoméis al apocalíptico decorado mundial que publico a continuación, y del que ya os adelanto que su espíritu es una pesimista rendición a la siguiente evidencia: los actos de solidaridad realmente importantes, los que deberían ser capaces de cambiar el mundo a mejor, están en manos de los gobiernos, los estados, los organismos internacionales y, sobre todo, la banca. Y no están dispuestos a modificar sus políticas rotundamente insolidarias. El capitalismo se nutre de desigualdades, de injusticias sociales, de guerras, de beneficios. Los millones de muertos anuales son lo de menos...

El planeta produce suficientes alimentos para mantener a los 7.000 millones de habitantes que lo poblamos. Pero, según cifras de la FAO, más de 1.000 millones de personas sufren la tragedia del hambre, el número más elevado de la historia. Estos son algunos datos vergonzosos sobre el hambre, y algunos deshonestos motivos por los que, en este mismo instante, están muriendo seres humanos de hambre. ¿Encontráis algún pequeño hueco entre tanto asesino de guante blanco y decisiones genocidas para insertar la solidaridad?
  • Henry Kissinger, 56º Secretario de Estado de Estados Unidos, no sintió vergüenza al pronunciar la frase: "Controla el petróleo y controlarás a los países. Controla los alimentos y controlarás a la gente". Para mí, la más explícita declaración de intenciones acerca del papel que el hambre juega en el concierto político mundial, de su inaceptable empleo como arma silenciosa, y de la nula predisposición internacional a erradicarla mientras pueda seguir lucrándose con sus efectos. Ello no le impidió recibir el Premio Nobel de la Paz en 1973, lo cual desacredita bastante el galardón (ya os contaré en otro post quién estuvo nominado a conseguirlo unos años antes...)
  • El capitalismo fija el precio de los alimentos. Así lo afirma Jean Ziegler en su artículo de 2001 La esquizofrenia de Naciones Unidas: Una lucha sin medios contra el hambre. Hasta 1996, la producción, la distribución y el transporte de alimentos dependían por completo del mercado y sus reglas de oferta y demanda. A partir de entonces, la Bolsa de Materias Primas Agrícolas de Chicago fija el precio de los principales alimentos. Seis empresas multinacionales del sector agroalimentario y de las finanzas controlan esta bolsa. Los precios se inflan artificialmente por operaciones especulativas a gran escala en intercambios mercantiles entre Chicago y Nueva York, y se fijan como resultado de la manipulación del mercado. La consecuencia es una condena a muerte de quienes no puedan pagar el precio de los alimentos.
 
  • Con la comida desperdiciada durante un año en el Reino Unido y Estados Unidos, se podría sacar de la hambruna a todas las personas que pasan hambre en el mundo. Conclusión publicada por Tristram Stuart en “Basura: destapando el escándalo global de alimentos” (Penguin 2009) a partir de datos oficiales, incluidas las cifras de Naciones Unidas. El dato es aterrador y nos convierte a todos nosotros, habitantes del primer mundo, en cómplices del genocidio.
  • El drama de los biocarburantes. Jean Ziegler, una de las voces más autorizadas del mundo en todo lo relacionado con el hambre, no tiene dudas en calificar la producción de biocarburantes como "crímenes contra la humanidad". El motivo está claro: la especulación con los precios de algunos alimentos que constituyen la dieta básica en algunos países productores de estas variedades vegetales. Cómo no, las multinacionales y los poderes económicos mundiales (es decir, EE.UU. y la Unión Europea) dirigen subsidios e inversiones masivas hacia el sector, lo que ha provocado que tierras dedicadas a la producción de comida, en poco tiempo han pasado a dedicarse a la producción de agrocombustibles. El propio Ziegler se mostró escéptico al ser preguntado sobre la solución: "No creo que Ban Ki-moon (secretario general de la ONU) disponga de los medios para enfrentarse a las multinacionales que controlan la producción de biocarburantes".
  • La trampa de los alimentos transgénicos. El último logro, hasta el momento, de la industria de la alimentación en connivencia con las multinacionales de ingeniería genética se conoce como Terminator (llamada también Sistema de Protección de la Tecnología, o TPS por sus siglas en inglés), una tecnología que manipula genéticamente las plantas para que sus semillas sean estériles y los agricultores no puedan guardar y resembrar las semillas cosechadas. Es la mayor demostración de insolidaridad que me he echado a la cara, y que además mancilla la ciencia con el servilismo mostrado por los científicos implicados en el desarrollo de esta tecnología. La Campaña Internacional Terminar con Terminator, persigue la prohibición de esta aberrante tecnología, no sólo para acabar con la inevitable obligación de pasar por caja que los campesinos deben afrontar cada temporada, también por las numerosas repercusiones que tiene en la biodiversidad y en la seguridad alimentaria.
Con un estado de ánimo que salta de la indignación a la tristeza, de la rabia a la desazón y del más profundo rencor a la desesperanza por la lectura de la documentación enlazada en relación al hambre (y la que se queda en el disco duro por falta de espacio), no quiero finalizar sin señalar con el dedo a los responsables de nuestro país, políticos, empresarios y juristas, que permiten que podamos encontrar noticias como las siguientes. La primera data de septiembre de 2008, y la más reciente se publicó hace menos de un mes:
Según Amnistía Internacional, Intermón Oxfam, Greenpeace y la Fundació per la Pau, el Gobierno sigue sin facilitar información precisa sobre los criterios que han permitido autorizar exportaciones a países con un historial preocupante como Colombia, Israel, o Sri Lanka, entre otros. Por cierto, los cinco países que nos preceden, para que quede constancia, son Estados Unidos, Rusia, Alemania, Francia y Reino Unido. Siguiendo este enlace (pdf) tenéis el informe completo de septiembre de 2009. No tiene desperdicio...

En fin, que nadie se sienta aludido individualmente con este post. Los datos, todos sacados de la red y enlazados para que puedan ser confirmados, son un toque de atención que pretende hacernos reflexionar. Sólo nuestra solidaridad individual puede cambiar el mundo. Así que, manos a la obra!!

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