sábado, 17 de enero de 2009

LA LEYENDA DE TUTANKAMÓN

Alrededor del año 1.330 A.C., los grandes sacerdotes que cierran la tumba del joven emperador Tutankamón, dejan escrita, en una tabla de barro, una advertencia concreta: La muerte golpeará a quien perturbe el sueño del faraón. El 4 de noviembre de 1.922, Howard Carter, un egiptólogo inglés financiado por Lord Carnarvon, que desde hacía seis años vagaba por el desierto en busca de la tumba de un faraón, descubre la galería de acceso a la tumba de Tutankamón.

Howard Carter y Lord Carnarvon. Fuente: uni-bonn.

El 16 de febrero de 1.923, Howard Carter reúne un selecto grupo de unos veinte arqueólogos y altos funcionarios para presenciar la apertura de la cámara sepulcral de Tutankamón. “Cosas maravillosas“ dijo Howard Carter, respondiendo a la pregunta de Lord Carnarvon sobre qué veía en el interior. Acto seguido acabó por romper el sello de la entrada y se deslizó cámara adentro buscó aquel fabuloso tesoro escondido entre las arenas y las piedras del Valle de los Reyes durante más de 3.000 años.

A partir de ese momento, una formidable cadena de trágicos acontecimientos mantendrá en vivo a la opinión pública durante décadas. El primero de ellos no tarda en producirse. El 5 de abril de 1.923, 13 días después de caer gravemente enfermo víctima de una fiebre imprevista que los médicos no logran atajar, Lord Carnarvon muere. Al parecer se había cortado al afeitarse y la herida acabó infectándose. Ese mismo día, las luces de todo El Cairo se apagaron, y el fiel perro de Lord Carnarvon, a miles de kilómetros de distancia, en su Inglaterra natal, cae muerto a la misma hora que su amo fallece. La coincidencia de las dos muertes abren una verdadera caja de truenos. En aquel momento, el mundo entero seguía con extrema atención todo lo relacionado con el descubrimiento del siglo. Era de esperar que la prensa se hiciera eco inmediatamente de las sospechas expresadas por algunos agoreros que ya empezaban a hablar, por primera vez, de una maldición faraónica.

Pasan los días. Arthur Mace, arqueólogo norteamericano presente en el momento de acceder a la cámara sepulcral de Tutankamón, fallece en El Cairo, precisamente en el mismo hotel donde había encontrado la muerte Lord Carnarvon. George Jay-Gould, un rico norteamericano, al enterarse de la muerte de su amigo, viaja a Luxor para visitar la tumba de Tutankamón e investigar. A las pocas horas cae víctima de una fiebre que acaba con su vida. Otro inglés, Joel Woolf, fallece por causas indeterminadas tiempo después de entrar en la tumba del faraón. En un lapso de tiempo relativamente corto pierden la vida trece de la veintena de personas que inauguraron el sepulcro. Entre ellos, Richard Bethell, secretario personal de Carter, víctima de un infarto. Poco después, fue su padre, Lord Westbury, de 78 años de edad, el que se suicidó arrojándose desde un séptimo piso en Londres. El doctor Archibald D. Reid muere poco después de radiografiar la momia, mientras Aubrey Herbert, hermanastro de Carnarvon, se suicida en Inglaterra. Más tarde fallece Lady Almina, viuda del Lord, quien también había visitado la tumba. En 1.926 lo hizo el egiptólogo francés que había asistido a la apertura, Georges Bendi, al caerse en las escaleras visitando la tumba. Un compañero del francés, el egiptólogo egipcio James Breasted lo hizo de una infección. Otro visitante diplomático, un príncipe egipcio, murió tiroteado. La muerte de Howard Carter en 1.939, a los setenta años, reavivó la oleada de versiones acerca de la maldición del faraón, y ni él mismo se vio libre de murmuraciones: se decía que, antes de morir, el descubridor presentaba signos de melancolía, pérdida de memoria y malestar causados por cierta misteriosa intoxicación. Por supuesto, el hecho de que hubiera sobrevivido durante tanto tiempo al maleficio era, simplemente, la excepción que confirmaba la regla.


Muchas explicaciones se han buscado desde entonces a la cadena de muertes. Los matemáticos echaron mano de las más modernas teorías acerca del cálculo de probabilidades. Otros esgrimieron el argumento del fatalismo existencial. Asimismo, se especuló con la probable existencia de algunos tipos de veneno que nunca caducan, y que habrían sido colocados en las tumbas para protegerlas. Pero, como a perro flaco, todo son pulgas, la leyenda se retroalimentó cuando el biólogo egipcio Ezz Eldin Taha, a principio de los años setenta, sorprendió al mundo anunciando haber encontrado la causa de tanta muerte. Según él, determinados agentes patógenos y hongos, cuyos efectos perduran por milenios, eran los responsables. El fragor informativo que siguió a este comunicado no tardó en recibir un inesperado impulso: el coche en el que viajaba Taha sufrió un accidente, muriendo en el acto todos sus ocupantes. La noticia, en sí misma, no tendría nada de extraordinario, de no haber sido porque la autopsia probó que el biólogo había fallecido de un colapso cardiocirculatorio, una de las etiologías de algunos de los tocados por la maldición que él mismo rechazaba rotundamente.

Estudios recientes de antiguas tumbas egipcias abiertas en la actualidad, que no han estado expuestas a los contaminantes modernos, hallaron bacterias patógenas de los géneros Staphylococcus y Pseudomonas, así como los mohos Aspergillus niger y Aspergillus flavus. Las muestras de aire, tomadas del interior de un sarcófago sellado, mediante un agujero perforado al efecto, contenían niveles altos de amoníaco, formaldehído y ácido sulfhídrico, que si bien son gases tóxicos, también resultan fáciles de detectar en concentraciones peligrosas por su fuerte olor.

Esta es la entrada más alejada de la filosofía del blog que encontraréis. No creo en este tipo de leyendas, pero me encanta observar el comportamiento humano cuando una serie de sucesos como estos, permite da rienda suelta a la imaginación popular. El hombre necesita respuestas. Y, por lo que he podido ver, prefiere las misteriosas, las difícilmente demostrables, las que necesitan de un poquito de su fe para ser creídas. Cualquiera que no sea la ausencia de explicaciones. Hoy, la maldición de Tutankamón ha caído definitivamente en el olvido, y los egiptólogos de nuestro tiempo no quieren oír hablar del tema o se limitan a calificarlo de simple superstición. Y no parece que su salud se resienta por tan atrevidas manifestaciones. ¿Conclusión? Todo apunta a una acumulación de coincidencias, convenientemente aderezadas por la prensa de la época, junto a la especial sensibilización de la opinión pública en los años veinte y treinta por todo lo referente a la egiptología, por un lado, y a la parapsicología y el espiritismo por otro. Una combinación explosiva, capaz de hacer surgir de la nada las más espeluznantes historias de momias revividas. La frase preferida de Howard Carter cuando le hablaban de la maldición era: "Todo espíritu de comprensión inteligente se halla ausente de esas estúpidas ideas". Yo lo suscribo.

Fuente: wikipedia, sobreleyendas y muyinteresante.

1 comentario

Anónimo dijo...

pringadooss

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